Alcohol y cocaína: cuando una sustancia controla a la otra
- Melina Gancedo
- 12 ago 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 27 sept 2021
Analizaremos el vínculo entre cocaína y alcohol consumidos de forma sucesiva (no simultánea) en donde el consumo de una sustancia es iniciado para calmar los efectos desagradables que la otra sustancia ha dejado.
El alcohol es una sustancia tóxica, capaz de producir adicción y aunque en primer lugar produzca un efecto desinhibidor, estimulante, se ubica en la categoría de sustancias psicoactivas depresoras.
Esto se debe a que luego de un primer momento de producir una acción desinhibidora, que estimula los impulsos y bloquea el pensamiento racional, el alcohol comienza a producir una disminución general en diferentes funciones del organismo que luego describiremos.
La cocaína es una sustancia psicoactiva estimulante, que altera las diferentes funciones del organismo. Generalmente es inhalada en forma de polvo, pero también puede administrarse vía inyección en el torrente sanguíneo o fumada en forma de paco (pasta base) o crack, que son las maneras en que la cocaína puede ser sometida al calor, ya que de otra forma se quemaría. En todas sus formas la cocaína es una sustancia altamente capaz de producir adicción.
Podemos plantear que el modo de consumo alternado y sucesivo se suele dar en el contexto de un vínculo de necesidad entre la persona consumidora y ambas sustancias, apoyado en la función que cada droga puede cumplir según la persona y el uso que les dé. Esto es: una persona puede necesitar del uso de cocaína para evitar los efectos “bajoneadores” del alcohol, así como necesitar del alcohol para bajarse del estado de alteración que produce la cocaína.
El consumo desmedido de alcohol produce:
Disminución del ritmo cardíaco y de la frecuencia respiratoria;
Disminución de la temperatura corporal;
Sensación de agotamiento, fatiga y somnolencia, desgano;
Menor atención y coordinación psicomotriz.
Con un uso consecutivo de cocaína, la persona consumidora puede buscar re-activar su cuerpo, su mente, bajo la concepción de que por medio de esta droga recuperará funciones dormidas producto de su estado de ebriedad y así conseguirá un estado de mayor “estabilidad”.
El consumo de cocaína produce:
Aumento del ritmo cardiaco y de la frecuencia respiratoria;
Aumento de la temperatura corporal;
Sensación de euforia, de mayor ánimo y energía; hiperactividad, excitación física y mental;
Falsa sensación de mayor rendimiento y éxito, de mayor seguridad y de autoconfianza.
De esta manera las consecuencias depresoras propias del típico “bajón” que se produce en la etapa final del episodio de ebriedad quedan contrarrestadas.
A su vez este estado de hiperestimulación generado por la cocaína puede llegar a producir taquicardia, rigidez muscular, alucinaciones, temblores, mareos, inquietud, ansiedad, ataques de pánico, agresividad, insomnio y se recurre a la ingesta de alcohol para “bajarse” de esa sensación de pérdida de control e hiperactividad excesiva.
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